En el transcurso de los años en esta profesión, he observado en repetidas ocasiones un modelo de pensamiento, que a mi juicio es incoherente con el espíritu de la actividad de las terapias naturales. El practicante de cualquier terapia natural debería entender la natural forma de ser de las cosas.
Desde hace años observo lo que se conoce como la «Ley del vacío», la cual nos enseña que el flujo (de personas y de cosas), siempre va en dirección al lugar del espacio disponible, acción con la que se equilibra el exceso en cualquier otro espacio.
Comprender esto y aceptarlo, conlleva la tranquilidad de no tener que gastar tiempo ni energía en preocuparse por lo que sucederá mañana. Lo único a lo que deberíamos prestar atención, es a ser lo más eficaces que podamos ser hoy, ahora.
Cuando tratamos a un paciente, deberíamos hacerlo con la intención de que necesite el menor número de sesiones posibles, la intención de que no tenga que regresar en las próximas semanas, evitar convertirnos en una muleta imprescindible, debemos intentar al menos, que sea capaz de asumir la responsabilidad de su salud. Y para ello, son necesarios tres ingredientes: conocimiento de la técnica, conocimiento del cuerpo y herramientas de educación para la salud.
No basta con tratar a nuestros pacientes, debemos educarlos para que sean autosuficientes y su salud no dependa de nosotros. Obviamente que hay muchos matices. Evidentemente que podemos ser de gran utilidad y necesarios en el tiempo para las personas ancianas, las que tienen alguna discapacidad psicofísica o aquellas que son incapaces de gestionar sus vidas, claro que sí.
Y porqué pienso de esta forma? Seguro que algunos de mis colegas de profesión no piensan así. Seguramente ellos crean, que mientras sus pacientes sigan regresando una y otra vez, mejor para ellos. Así mantendrán sus ingresos económicos. Y sí, tal vez sea mejor para ellos. Pero se da una paradoja en esta profesión, no nos dedicamos a esto para cuidar de nosotros (eso viene por añadidura), estamos aquí para ser útiles a los demás. La pregunta es, a cuantas personas podemos ayudar si nuestra agenda de trabajo está llena siempre con casi las mismas personas para las que somos un remedio, como una pastilla?. Dos manos y ocho horas no dan para mucho. Apenas que alzáramos la vista, podríamos darnos cuenta de cuantas personas nos necesitan y cuantas están esperando ese «vacío» necesario que ellos puedan ocupar.
Hace muchos años aprendí de un orador la siguiente frase: «nuestros ingresos económicos son directamente proporcionales a nuestra capacidad de prestar servicio».
Por eso invito a mis compañeros de profesión a que confíen, a que sean valientes y a que se permitan descubrir que la «Ley del vacío» opera en todas y cada una de las cosas, y que si la aplicamos, juntos podremos paliar el sufrimiento de muchas más personas.